martes, 28 de abril de 2015

Limonareños con los pies y las manos en la tierra



















Esa mañana Helen se despidió de Limonar con una sonrisa. Era la primera vez que recorría aquellos parajes en busca de entrevistas y se marchaba con la agenda llena de anotaciones.

Durante el viaje de regreso a la editora recordó las visitas anteriores al municipio, donde vivía una de sus mejores amigas de la escuela que siempre la exhortaba a seguir adelante. Así descubrió cómo comenzaría su reportaje, tarea compleja para un periodista.
Y es que la perseverancia también es la premisa de esos limonareños, miembros del colectivo Varó Chiquito, que Helen conoció mientras recogían habichuelas bajo los amenazadores rayos del sol, esos que gracias a sus esfuerzos son  precandidatos a la condición de referencia nacional.
EL FRUTO DE LA COSECHA
Con una casa de semiprotegido y un organopónico, estos ocho trabajadores cultivan la tierra para ofertar a la población productos saludables y frescos, a la vez que aportan a la escuela primaria Andrés Santana y en ocasiones al turismo, cuando se solicitan frutas selectas para este renglón.
“No hacemos nada extraordinario, sino mantener el área sembrada alrededor del 80 u 85 por ciento. Ahora nos encontramos en el cambio de época de invierno para verano y prácticamente tenemos que modificar toda la estructura de la siembra. Debido a que merman ciertos cultivos como la lechuga y se logran con más facilidad la remolacha, ají (pimiento, cachucha y chai), ajo puerro, achicoria, entre otros”, expresa Lorenzo Rigal Viciedo, jefe del colectivo.
A pesar de las dificultades que a veces enfrentan para adquirir la materia orgánica o la semilla, estos limonareños se sienten orgullosos por el fruto de su cosecha, la cual se encuentra libre de fertilizantes químicos, pues emplean los biológicos a fin de garantizar el bienestar del consumidor.
Mas, dedicarse a dicha faena no es tarea fácil, comenta Jorge Luis Martínez Llanes, quien desde hace cinco años se levanta cada madrugada para ocuparse de las hortalizas junto a sus compañeros. “En la agricultura todo es difícil, pero con amor y paciencia se pueden ver los resultados”, agrega.
Al sembrar es necesario tener mucho cuidado, para que no se partan las raíces. Sin embargo, me gusta tanto esta parte, que casi siempre soy yo quien preparo los semilleros y a los 45 días aproximadamente, los trasplanto a los canteros, con Lorenzo. Además atiendo el regadío para darle a cada cultivo el tiempo requerido, explica Aleida Santos Herrera, técnico medio en Agronomía y miembro de este colectivo desde 2010.
Los ojos de Aleida y el resto del grupo revelan su pasión por los canteros. No escatiman en permanecer inclinados durante horas, pues se sienten hijos de estas hectáreas, les gusta lo que hacen y el pueblo les agradece, demuestra en su intervención César Manuel Salgado Zamora, también longevo en la actividad.    
EN EL PUNTO DE VENTA
Una vez listos los productos, pasan al punto de venta donde Pablo Hernández Rubiera, a quien todos llaman con cariño “Jimagua”, se encarga de despacharlos.
“Hace siete años soy dependiente en este local y noto la satisfacción de los clientes. Como nos encontramos junto a la carretera central, no solo recibimos a personas de la localidad, sino también de otros lugares que pasan por aquí y se detienen a comprar”, señala Hernández Rubiera.
“Soy cliente fija y es digno de reconocer que siempre tienen varias ofertas y mucha demanda. Los precios son bastante asequibles”, destaca Caridad Apolinario Armas, quien vive cerca del organopónico.
Mientras, Roberto Luis García, también vecino del poblado, reconoce la cantidad de viajeros que hacen escala en este lugar por la calidad de los alimentos.
“Algunas veces tenemos hasta doce o trece productos y eso nos satisface. Aunque nuestro objetivo fundamental es la venta a los pobladores y transeúntes, también recibimos a los carretilleros, sobre todo cuando determinadas cosechas son abundantes”, manifiesta “Jimagua”.
Entre estos últimos compradores se encuentra Roberto Rodríguez Gutiérrez o “Pilli”, quien con 74 años, lejos de abastecerse y salir de inmediato a pregonar por las calles, ayuda al resto de los trabajadores a recoger los vegetales frescos.
Así trascurre la vorágine diaria de estos hombres y mujeres, para quienes existen labores arduas, pero no imposibles cuando se trata de aportar a la sociedad. Por eso, entre bromas, pero con una mirada noble, tan pronto cuentan sus experiencias a la reportera y secan el sudor de la frente, se incorporan a su faena y de nuevo es posible verlos con los pies y las manos en la tierra.   

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Cuando un hombre sabe a dónde va