viernes, 24 de abril de 2015

La era del “toca, toca”

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Hace varios años, cuando todavía estudiaba y apartaba un tiempo para coleccionar recortes de periódico con textos del periodista José Aurelio Paz, descubrí entre ellos un tema que no imaginé retomar en mi primer año de ejercicio periodístico.  
 
Pero sucedió que, sin proponérmelo, muchas veces me sorprendí recordando aquellas líneas donde el corresponsal de Juventud Rebelde se refería a la “molesta cultura del toca, toca”.
Y es que a pesar del llamado a la reflexión que hiciera el ingenioso redactor en el 2006, esta costumbre permanece en nuestra sociedad hasta alcanzar su máxima expresión. Por eso no es extraño que muchas mujeres, al recibir lo que debería ser el cordial saludo de algún compañero, se conviertan en víctimas del irrespetuoso manoseo, mientras los brazos del invasor rodean “con delicadeza” su cintura.
La espalda, las manos o los hombros, también sufren en ciertas ocasiones el asedio. Y lo peor es que, aunque algunas se percatan y lanzan una mirada amenazadora a su oponente, otras ni se dan por enteradas de estar en las “garras” de un típico “panadero”.  
Aunque esta realidad es la más recurrente, los hombres tampoco escapan de los o las “tocadoras”, porque siempre existe el caso en que los papeles se invierten y son las féminas las que atacan sin piedad a la presa. El ejemplo más común lo vemos cuando, tras la sorpresa de advertir cómo un amigo ha aumentado su musculatura, la chica acaricia frente a todos y sin ningún prejuicio los bíceps del joven, para luego emitir esa frase que le sigue al minucioso reconocimiento: “¡Vaya, qué bueno te has puesto!”.
Tales escenas evidencian que los tiempos han cambiado. A nadie se le puede ocurrir que en pleno siglo XXI los caballeros retiren su sombrero y se inclinen ante las damas. Mucho menos alguien pretenderá que ellas extiendan con timidez la muñeca, aunque más tarde deban recurrir a cientos de artilugios con el abanico para llamar la atención del hidalgo.
La modernidad nos ofrece patrones muy distantes de ese lenguaje aristocrático, y a pesar de garantizar la aprobación social de actitudes más espontáneas como el estrechón de manos, nos expone al comportamiento exagerado de quienes no logran discernir los límites. 
De esta forma siempre aparecen esos que, en su afán de alcanzar los extremos, ni siquiera contestan ante las palabras de buenos días o, por el contrario, a quienes les basta con dos o tres conversaciones para sentirse con derecho sobre el cuerpo ajeno.
A los primeros podemos ignorarlos sin dejar por ello de recurrir a las normas de cortesía, pero a los últimos es necesario delimitarles el camino para que no vuelvan a violar la señal de “Pare”.
Como expresara José Aurelio en el 2006, no se trata de evitar el abrazo oportuno o el carisma que caracteriza a los cubanos, sino de “invitar a buscar la medida exacta (…) de nuestros afectos públicos, de proponer que los medios masivos insistan en la orientación del comportamiento social de los seres humanos en aras de ir al rescate de (…) las buenas costumbres y las mínimas normas de educación”.
Luchemos entonces porque el tema musical de Adalberto Álvarez y su Son, no pase de ser una contagiosa canción y busquemos mecanismos para evitar que esta se vuelva la era del “toca, toca”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Cuando un hombre sabe a dónde va