jueves, 12 de febrero de 2015

El día de las abuelas




 










En el calendario debería existir el día de las abuelas. Y que nadie me diga que ya ellas reciben su merecido homenaje por ser madres, porque aunque no es falso ese argumento, tampoco me convence. 
Muchos afirman que las personas llegan a mimar más a los nietos que a los propios hijos y aunque el cariño de unas manitos menudas es incomparable para las féminas, cuando contemplan la llegada de una tercera generación por lo general se vuelven más condescendientes y preocupadas.


Por eso escojo este día, mientras mi abuela se somete a quimioterapia en el servicio de oncología del hospital José Ramón López Tabranes de Matanzas, para agradecer los besos robados, ese jugo de naranja con zanahoria que solo ella sabe prepararme y los miles de consejos bordados en mis ropas, justo al lado del corazón para que nunca me pierda, ni la olvide.
Y es que mi abuela tiene enredadas miles de historias en su cabello grisáceo. Aunque, como ella misma dice, durante su vida ha sufrido muchas pérdidas y esconde numerosas cicatrices; sus arrugas la hacen lucir hermosa y qué decir de esos ojitos soñadores que de vez en cuando andan perdidos por su pueblo natal. Sin embargo, ella no me cree cuando la celebro sin exageraciones, ni hipocresías. 
Sé que todos los jóvenes que como yo aman a sus abuelas, dirán que las suyas son las mejores del mundo, pero la mía es especial. Nunca olvidaré el día que después de su operación, lejos de quejarse por los dolores,  preguntaba por todos en la casa. A veces pienso que se siente nuestra protectora y todo el amor del mundo no cabe en sus abrazos.
Mi abuela es como una niña pequeña, a veces majadera y otras,  sabia. Sus labios están llenos de ternura y sus remedios, con una mezcla caricias y halagos, tienen la magia de fortalecer el corazón. Por eso para otros esta fecha pasará desapercibida, pero para mí es a partir de ahora, el día de las abuelas.

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