martes, 18 de abril de 2017

¡Yeyo compadre!























Cada tarde, lo veo salir y recuerdo la canción de aquellos muñequitos que tanto me gustaban en la infancia cuya letra repetía: “Mi casa limpia y bonita/ qué maravilla es este papá”... De nuevo lo miro, miro su hogar, realmente hermoso, y vuelvo a mirar sus manos para ver si al menos la vista le incomoda, pero él camina seguro, como si nada ocurriera, como si mis ojos no lo delataran.

Vierte todos los desperdicios de su resplandeciente morada en la esquina, sin envoltura, claro, y allá van los pedazos de papel sanitario, nylon y todo tipo de objetos volantes a esparcirse por los jardines o patios vecinos. Pero quizás por respeto a su edad o trato afable, nadie le dice: ¡Yeyo compadre!

 
A ella tampoco. Acaba de tomar su refresco y a falta de cesto… ¿en la calle? ¡Noooo! Pero aunque en este caso imagino sea permitido decir Yeya, una vez más prima el silencio y yo corro el riesgo de convertirme en otra versión femenina de dicho personaje si no abordo este tema que aún por repetido no halla soluciones.

¿Y por qué todos se quedan mudos cuando alguien cruza la línea del ferrocarril en Bolondrón, cerca de la Estación de Trenes, con sus cubetas de sancocho, un perro muerto o quién sabe que más para verterlos entre los matorrales? El suceso repetido por años en dicho consejo popular, constituye solo un ejemplo.

 
Y qué “yeyada” por llamarle de alguna manera, la cuestionable actitud de lanzar basura por la ventana, colocarla en la acera fuera del horario establecido o acumularla en un rincón del propio patio o cuadra sin plazo fijo como prometedora cobija para mosquitos, cucarachas, ratones y por tanto todo tipo de enfermedades.

¿Qué faltan cestos? No es mentira. Que los carros de recoger basura no pasan por todas las cuadras, tampoco, y mucho menos que no existe el control eficiente para evitar ese tipo de conductas. Pero la solución no admite más aplazamientos. La acción inmediata de Comunales unida a la eficaz supervisión de Vectores resulta vital.

Aunque se han tomado medidas, resultan insuficientes. No puede repetirse por mucho más tiempo el hecho de que en barrios como el de Línea y Santa Rita en la ciudad de Matanzas se transforme un antiguo vertedero sin colocar algún vagón o espacio diseñado para depositar los desechos; o sucederá lo inevitable: otra área acogerá los desperdicios.

Sí ya sé. Justificarse tras las dificultades económicas que enfrenta el país y con ellas la carencia de tanques de basura, etcétera, puede parecer la solución más fácil, pero no lo más conveniente.

Bien lo saben los vecinos de la calle Pilar en el Consejo Popular Playa, muy cerca del Tenis, quienes decidieron confeccionar cestos con materiales no convencionales, pintaron las aceras y embellecieron los alrededores en lugar de sentarse a esperar que otros lo hicieran.
Imagino que quien como yo presenció en la ruta 15, el gesto de aquel estudiante de secundaria capaz de guardar en la mochila su cucurucho de maní vacío para botarlo al llegar a casa, debió recibir una lección de educación. Pero lo que más me asusta es que no y la mentalidad de muchos esté cada vez más viciada en banalidades y alejada de lo importante.

¿Qué está sucediendo? ¿Por qué no llamar la atención de los negligentes que lanzan sus desechos en nuestras narices sin medir consecuencias? ¿Por qué no pensar que la imagen del entorno refleja lo que somos? ¿Por qué acabar de buscar alternativas?

Y aún si la reflexión fallara en un lugar que tristemente amenaza con ser el hábitat de los Yeyos, por qué no crear alternativas desde el punto de vista gubernamental: reforzar el trabajo de los inspectores de salud, colocar mayor número de cestos en las calles y multar las violaciones.

Impedir que nuestra localidad o alrededores se llenen de indolentes con cara de bonachones como el popular vecino de los spot publicitarios, depende en gran medida de nuestra iniciativa. A fin de cuentas, solo veremos los primeros resultados cuando desde nuestro pedacito seamos capaces de combatir lo malhecho sin temor a repetir la frase: ¡Yeyo compadre!


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