Lanzar un grito de locura, correr detrás de los artistas y llorar al verlos, nunca ha sido de mi gusto. Mi reacción al divisar a alguno mientras camino por las calles de Matanzas o La Habana, nunca ha ido más allá de una sonrisa. Sin embargo, ayer las cosas cambiaron.
No sé qué me pasó, si fue la sorpresa de encontrar a uno de
los mejores actores de la Televisión Cubana mientras hacía un reportaje en la
Escuela Formadora de Maestros René Fraga Moreno, si se debió a su parecido con
un familiar muy querido al cual extraño mucho o la satisfacción de percibir,
tal como lo imaginaba, su naturalidad y sencillez más allá de las cámaras.
Años atrás, no hubiese experimentado el mismo regocijo y es
que mi admiración creció tras el programa Entre
tú y yo, donde en su entrevista con Irela Bravo, Frank González explica
cuántos personajes de Elpidio Valdés cobran vida a través de su voz. Fue entonces cuando comprendí la grandeza de
aquel hombre que contaba sus experiencias en la pantalla chica.
Ayer cuando lo vi junto a su familia, frente a cientos de
pioneros y jóvenes, tuve que disimular
las lágrimas. No obstante, no corrí para abrazarlo, ni tirarme una foto con la
mano sobre su hombro, me conformé con decirle que lo admiro mucho. Y es que en
momentos como ese uno quiere decir tantas cosas que las palabras se quedan
atoradas en la garganta.
Yo no sé si él comprendió todo lo que encerraba esa expresión, porque cuando se vuelven tan manidos los halagos a veces pierden un
poco su verdadero sentido. Tenía que haberle dicho que para mí es el mejor
actor de la televisión, y que también
recordaré siempre aquel personaje que representaba a un empleado del transporte
público, conocido en Cuba como “amarillo”, cuya costumbre era repetir al final
de cada parlamento la frase: ¡Di tú!
Quizás otros piensen que exagero, pero mi emoción por ver a
Frank González no es más que la infinita
gratitud que siento por regalarme a mí y a todos los niños cubanos las voces de
un animado lleno de ingenio y cubanía, capaz de inundar de risas e imaginación
mi infancia.
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