Valeria
deja una estela de flores sobre la alfombra roja mientras avanza con timidez
por el salón. Aunque es pequeña y todavía no sabe el verdadero significado de
esa ceremonia, ya les ha dicho a sus padres que cuando sea grande quiere una
boda como la de su prima.
Sin
embargo, los vestidos de novia, los globos en el auto y el grupo de solteras luchando
por el ramo, han pasado de moda en estos tiempos donde son comunes las uniones
consensuales y la prórroga de la edad para contraer nupcias.
Diversos
son los argumentos de quienes saltan este escalón para comenzar la convivencia:
“La fiesta no cuesta uno, sino los dos ojos de la cara”,“hay que hacer muchos
trámites”,“quien se casa, casa quiere”…
Por eso en
ocasiones la decisión de dar dicho paso está impulsada por el embarazo no
planificado, motivo que muchas veces empuja a los implicados al altar por la
presión de los padres o el miedo al qué dirán, y no por el genuino sentimiento.
Muchas han sido las causas que han sustituido la verdadera razón del casamiento.
Recuerdo entonces la época en que los
contrayentes
gozaban de ciertas facilidades de hospedaje en los hoteles y muchas parejas
recurrían al divorcio para más tarde formalizar de nuevo la relación y obtener
una reservación. Y qué decir de quienes han picado el cake para garantizar la
visa o su existencia llena de comodidades.
Otros, por
el contrario, experimentan la fobia de protagonizar el viejo refrán donde el
vivo vive del bobo. También existen quienes creen el mito de la separación tras
la firma o los que temen repetir el fracaso de los padres y hacen suyo el
consejo: “Oye, nunca te cases”.
Múltiples son
las causas, sin embargo quienes se preguntan el por qué de certificar un papel
cuando en la actualidad todo es más fácil, pasan por alto el significado de
este acto legal mediante el cual se reconoce ante la sociedad el compromiso de
ambas partes a fin de formar un nuevo hogar.
Lo cierto
es que como dicen por ahí cuando se quiere se puede.
Aunque
muchas mujeres han soñado alguna vez con llegar de blanco a un salón decorado a
su estilo, la formalización del compromiso va más allá de los suntuosos vestidos
y las damas de honor.
Como bien
expresara Roberto Fernández Retamar en su poema Baladas de las redes del jazmín “la boda no es la del auto oscuro,
con ruidos de bocina, la de trajes alquilados y sudados (…) La boda verdadera
ocurre en el amor de la casa, suspirando. La música de esa boda es la de los
besos.”
No se
equivocan quienes analizan la responsabilidad económica, obligaciones y deberes
conyugales que supondría asumir esa nueva etapa. Pero tampoco es menos cierto
que esas mismas exigencias ya muchos las cumplen, aunque no de forma legal.
Desde que
cobró auge este fenómeno conocido popularmente como “juntarse”, el
desconocimiento de los derechos legales, los beneficios y lo que representa
estar casados preocupa a los juristas encargados de normar lo que será el
futuro de la familia. No obstante, sería bueno que se crearan ciertas
facilidades para hacer más llevadero el momento de la unión.
Mientras
tanto, vale la pena dejar los temores o prejuicios y recuperar la ilusión de
reconocer públicamente a esa persona que tanto buscamos y justo ahora se
encuentra a nuestro lado dispuesta a compartir la alegrías, tristezas y… ¿por
qué no? carencias. Aunque algunos lo tilden de utopía, el verdadero amor sufre,
calla y espera, con la seguridad de tener ese alumbrado espacio, donde, al
decir de Retamar, ambos miran cruzar las mismas palomas en lo alto.
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