Bolondrón es popular entre los matanceros por su
legendario reloj de cuatro esferas que anunciaba a los pobladores, con sus
campanadas, las horas, las medias y los cuartos. Pero muchos desconocen otros
de los encantos de este pueblo, rico por su arquitectura e historia.
Durante veinticuatro años he vivido en ese pedacito de
la Isla, que para muchos puede pasar desapercibido, pero para mí siempre será,
como el Macondo de Gabriel García Márquez, una tierra hermosa y llena de
leyendas.
Cuentan que hasta allí llegaron primero los indios
Macoriges, procedentes de La Española, quienes eran bravos, belicosos, usaban
el pelo largo y se pintaban como los Caribes. Más tarde, antes de 1846, se
fundó el poblado, que según algunos historiadores, se encontraba en una región
donde abundaban los ingenios azucareros y extensos cultivos de frutos.
Precisamente en Bolondrón radicaron los Talleres
“Albístur”, donde se llegaron a fabricar maquinarias para muchas fincas
azucareras del país. Su alcalde más renombrado, Ángel Albístur González, fue
quien compró el único reloj de cuatro esferas que existió en Cuba en aquella
época.
El Cuerpo de Bomberos creado en 1894, el cine-
teatro Martí, construido en 1918, el carro fúnebre, marca Cadillac, fabricado
en 1958 y joya de la automovilística que aún se conserva en el territorio, son
solo algunos de los elementos que por muchos años han ocupado un lugar
importante en el orgullo y, algunas veces, en la preocupación popular, como es
el caso del cine que sufre el abandono y la indiferencia de muchos.
La localidad también esconde seductores relatos, como
el de las hermanas que no se dejaban ver por el resto del pueblo, ni siquiera a
través de la ventana. Solo salían de su casa para ir a comprar a la tienda La
Época en La Habana, pero partían de madrugada y regresaban durante la noche.
Cuando regreso a Bolondrón, luego de estar lejos algunos
días, no puedo dejar de experimentar esa sensación de alegría y nostalgia ante
el reencuentro. Y es que cuando alguien ama la tierra donde vive, hasta le
duele cuando otros no valoran su patrimonio y por el contrario lo condenan a
las sombras o al olvido.
Hace poco escuché hablar sobre las monedas de oro que
cierto hombre encontró en una finca aledaña al poblado y luego de analizar con
escepticismo los hechos pensé: ¡Pero, los mayores tesoros de Bolondrón no
están escondidos! Solo necesitan que se les de el valor y el reconocimiento que merecen.
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