¿Sabes algún cuento?-pregunta Jorge Félix y hojea su libro de dibujos con las manos embarradas de chocolate-Yo me sé uno-afirma con esa mirada entre orgullosa e inocente que solo puede tener alguien de cuatro años, y continúa-Había una vez…
¿Qué es un niño?, pienso mientras él narra su
propia versión de la historia, donde no faltan “los caramelos y los regalitos”.
Sin embargo, perdida en su relato dejo inconclusa la respuesta hasta hoy, cuando me orientan escribir sobre
el tema.
Frente
a la cuartilla en blanco otra vez la interrogante martilla mi cabeza e intento
atrapar en el aire las palabras. Un pequeño “es la verdad con la cara sucia o
la sabiduría con el pelo desgreñado”, dijo otro que, al parecer se vio como yo,
en el mismo apuro.
“La esperanza del mundo”, subrayó Martí al
referirse a esos príncipes enanos en su empeño por instruirlos a través de La Edad de Oro. Los que saben
querer y nacieron para ser felices, agregó el poeta. Precisamente para
perseguir el mismo sueño la
Asamblea General de las Naciones Unidas, adoptó la Convención sobre los
Derechos del Niño, el 20 de noviembre de 1989.
Dicho Tratado Internacional reúne al mayor
número de estados participantes y está compuesto por 54 artículos con el fin de
velar por el bienestar de los menores de 18 años, su desarrollo en medios
seguros y su participación activa en la sociedad.
Así
encontré mi respuesta, luego de leer sobre el contenido de este acuerdo y
conocer que está complementado por dos protocolos relativos a la venta,
prostitución, pornografía y participación de infantes en conflictos armados.
Recuerdo
entonces el cuento de Jorge Félix, en cuyo final los siete chivitos cantan y
juegan alegres luego de burlar las artimañas del lobo. Me siento frente a la
computadora y sin dudarlo más comienzo a hilvanar las ideas: Un niño es la
virtud con mariposas en las manos, la amistad con dibujos de palomas en la
acera. Es el punto de partida a millones de por qué, el abrazo opuesto a la contienda…
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