Esa mañana Helen se despidió de Limonar con
una sonrisa. Era la primera vez que recorría aquellos parajes en busca de
entrevistas y se marchaba con la agenda llena de anotaciones.
Durante
el viaje de regreso a la editora recordó las visitas anteriores al municipio,
donde vivía una de sus mejores amigas de la escuela que siempre la exhortaba a seguir
adelante. Así descubrió cómo comenzaría su reportaje, tarea compleja para un
periodista.
Y
es que la perseverancia también es la premisa de esos limonareños, miembros del
colectivo Varó Chiquito, que Helen conoció mientras recogían habichuelas bajo
los amenazadores rayos del sol, esos que gracias a sus esfuerzos son precandidatos
a la condición de referencia nacional.
EL FRUTO
DE LA COSECHA
Con una casa de semiprotegido y un
organopónico, estos ocho trabajadores cultivan la tierra para ofertar a la
población productos saludables y frescos, a la vez que aportan a la escuela
primaria Andrés Santana y en ocasiones al turismo, cuando se solicitan frutas
selectas para este renglón.
“No hacemos nada extraordinario, sino
mantener el área sembrada alrededor del 80 u 85 por ciento. Ahora nos encontramos
en el cambio de época de invierno para verano y prácticamente tenemos que
modificar toda la estructura de la siembra. Debido a que merman ciertos cultivos
como la lechuga y se logran con más facilidad la remolacha, ají (pimiento,
cachucha y chai), ajo puerro, achicoria, entre otros”, expresa Lorenzo Rigal
Viciedo, jefe del colectivo.
A pesar de las dificultades que a veces
enfrentan para adquirir la materia orgánica o la semilla, estos limonareños se
sienten orgullosos por el fruto de su cosecha, la cual se encuentra libre de
fertilizantes químicos, pues emplean los biológicos a fin de garantizar el
bienestar del consumidor.
Mas, dedicarse a dicha faena no es tarea
fácil, comenta Jorge Luis Martínez Llanes, quien desde hace cinco años se
levanta cada madrugada para ocuparse de las hortalizas junto a sus compañeros.
“En la agricultura todo es difícil, pero con amor y paciencia se pueden ver los
resultados”, agrega.
Al sembrar es necesario tener mucho cuidado,
para que no se partan las raíces. Sin embargo, me gusta tanto esta parte, que casi
siempre soy yo quien preparo los semilleros y a los 45 días aproximadamente,
los trasplanto a los canteros, con Lorenzo. Además atiendo el regadío para
darle a cada cultivo el tiempo requerido, explica Aleida Santos Herrera,
técnico medio en Agronomía y miembro de este colectivo desde 2010.
Los ojos de Aleida y el resto del grupo revelan
su pasión por los canteros. No escatiman en permanecer inclinados durante horas,
pues se sienten hijos de estas hectáreas, les gusta lo que hacen y el pueblo les
agradece, demuestra en su intervención César Manuel Salgado Zamora, también
longevo en la actividad.
EN EL PUNTO DE VENTA
Una vez listos los productos, pasan al punto
de venta donde Pablo Hernández Rubiera, a quien todos llaman con cariño “Jimagua”,
se encarga de despacharlos.
“Hace siete años soy dependiente en este
local y noto la satisfacción de los clientes. Como nos encontramos junto a la
carretera central, no solo recibimos a personas de la localidad, sino también
de otros lugares que pasan por aquí y se detienen a comprar”, señala Hernández
Rubiera.
“Soy cliente fija y es digno de reconocer que
siempre tienen varias ofertas y mucha demanda. Los precios son bastante
asequibles”, destaca Caridad Apolinario Armas, quien vive cerca del
organopónico.
Mientras, Roberto Luis García, también vecino
del poblado, reconoce la cantidad de viajeros que hacen escala en este lugar
por la calidad de los alimentos.
“Algunas veces tenemos hasta doce o trece
productos y eso nos satisface. Aunque nuestro objetivo fundamental es la venta
a los pobladores y transeúntes, también recibimos a los carretilleros, sobre
todo cuando determinadas cosechas son abundantes”, manifiesta “Jimagua”.
Entre estos últimos compradores se encuentra
Roberto Rodríguez Gutiérrez o “Pilli”, quien con 74 años, lejos de abastecerse
y salir de inmediato a pregonar por las calles, ayuda al resto de los
trabajadores a recoger los vegetales frescos.
Así trascurre la vorágine diaria de estos
hombres y mujeres, para quienes existen labores arduas, pero no imposibles
cuando se trata de aportar a la sociedad. Por eso, entre bromas, pero con una
mirada noble, tan pronto cuentan sus experiencias a la reportera y secan el
sudor de la frente, se incorporan a su faena y de nuevo es posible verlos con
los pies y las manos en la tierra.
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