Hace varios años, cuando todavía estudiaba y apartaba un tiempo para
coleccionar recortes de periódico con textos del periodista José Aurelio
Paz, descubrí entre ellos un tema que no imaginé retomar en mi primer
año de ejercicio periodístico.
Pero sucedió que, sin
proponérmelo, muchas veces me sorprendí recordando aquellas líneas donde
el corresponsal de Juventud Rebelde se refería a la “molesta cultura
del toca, toca”.
Y es
que a pesar del llamado a la reflexión que hiciera el ingenioso redactor
en el 2006, esta costumbre permanece en nuestra sociedad hasta alcanzar
su máxima expresión. Por eso no es extraño que muchas mujeres, al
recibir lo que debería ser el cordial saludo de algún compañero, se
conviertan en víctimas del irrespetuoso manoseo, mientras los brazos del
invasor rodean “con delicadeza” su cintura.
La
espalda, las manos o los hombros, también sufren en ciertas ocasiones
el asedio. Y lo peor es que, aunque algunas se percatan y lanzan una
mirada amenazadora a su oponente, otras ni se dan por enteradas de estar
en las “garras” de un típico “panadero”.
Aunque
esta realidad es la más recurrente, los hombres tampoco escapan de los o
las “tocadoras”, porque siempre existe el caso en que los papeles se
invierten y son las féminas las que atacan sin piedad a la presa. El
ejemplo más común lo vemos cuando, tras la sorpresa de advertir cómo un
amigo ha aumentado su musculatura, la chica acaricia frente a todos y
sin ningún prejuicio los bíceps del joven, para luego emitir esa frase
que le sigue al minucioso reconocimiento: “¡Vaya, qué bueno te has
puesto!”.
Tales
escenas evidencian que los tiempos han cambiado. A nadie se le puede
ocurrir que en pleno siglo XXI los caballeros retiren su sombrero y se
inclinen ante las damas. Mucho menos alguien pretenderá que ellas
extiendan con timidez la muñeca, aunque más tarde deban recurrir a
cientos de artilugios con el abanico para llamar la atención del
hidalgo.
La
modernidad nos ofrece patrones muy distantes de ese lenguaje
aristocrático, y a pesar de garantizar la aprobación social de actitudes
más espontáneas como el estrechón de manos, nos expone al
comportamiento exagerado de quienes no logran discernir los límites.
De
esta forma siempre aparecen esos que, en su afán de alcanzar los
extremos, ni siquiera contestan ante las palabras de buenos días o, por
el contrario, a quienes les basta con dos o tres conversaciones para
sentirse con derecho sobre el cuerpo ajeno.
A
los primeros podemos ignorarlos sin dejar por ello de recurrir a las
normas de cortesía, pero a los últimos es necesario delimitarles el
camino para que no vuelvan a violar la señal de “Pare”.
Como
expresara José Aurelio en el 2006, no se trata de evitar el abrazo
oportuno o el carisma que caracteriza a los cubanos, sino de “invitar a
buscar la medida exacta (…) de nuestros afectos públicos, de proponer
que los medios masivos insistan en la orientación del comportamiento
social de los seres humanos en aras de ir al rescate de (…) las buenas
costumbres y las mínimas normas de educación”.
Luchemos
entonces porque el tema musical de Adalberto Álvarez y su Son, no pase
de ser una contagiosa canción y busquemos mecanismos para evitar que
esta se vuelva la era del “toca, toca”.
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