-¿Te enteraste?-pregunta Yamilka desde su balcón a una amiga que pasa.
-¡Ay, no me digas nada, me quedé sin palabras
cuando me lo contaron! Muebles, bicicleta, hasta la cajita de TV que se habían
acabado de comprar con el dinerito del duro frío– exclama Domitila mientras
enumera las pérdidas con los dedos.
Así, llegan a los hogares diferentes historias
de robos con fuerza que perturban la tranquilidad familiar como una suerte de
presagio, parafraseando el refrán popular: “si ves las bardas de tu vecino
arder, pon las tuyas en remojo”.
Por suerte, los culpables no logran escapar
de la justicia y terminan en un centro penitenciario. Sin embargo, existen
temporadas muy proclives a la aparición de este tipo de delitos: las vísperas
de fin de año, fiestas populares, etc.
Quizás por eso en los últimos meses no he
podido ignorar los comentarios sobre ciertos hechos ocurridos en territorios
como Pedro Betancourt, donde la
actividad delictiva ha crecido con relación al año anterior, esencialmente el
robo con fuerza; situación que ha provocado cuantiosas afectaciones económicas
a la Empresa
de Comercio y Gastronomía local, sin tener en cuenta la población perjudicada.
En ciertos casos el acto no pasó más allá del
intento y en otros ya los protagonistas fueron capturados, pero ello no
justifica la falta de acciones preventivas por parte de administrativos,
pobladores, etc…
Pedro Betancourt es solo un ejemplo, porque
en otros municipios de la provincia estos sucesos son también recurrentes como
los populosos y económicamente importantes Matanzas y Cárdenas. Por tanto, para
combatir tales violaciones urge buscar alternativas que no se limiten al fortalecimiento de las organizaciones de
masas en el barrio y su papel activo a partir del completamiento y
funcionamiento de sus estructuras en la base, sino también de todos los actores
de la sociedad.
En
las comunidades, las guardias cederistas tienen un papel significativo, sin
embargo no lo es todo. El alumbrado de las calles, la atención e
identificación de individuos propensos a la comisión de delitos, así como la
capacitación y preparación de personal comprometido para prevenir y enfrentar este
tipo de fenómenos, son factores que no se deberían pasar por alto.
Si bien, como parte de los cambios sociales
producidos tras el triunfo revolucionario en 1959, nuestra nación es
considerada una de las más seguras de América Latina y ¿por qué no? del mundo,
no está exenta, aunque en menor medida, de sujetos inescrupulosos decididos a sobrevivir
o hasta enriquecerse a cuenta del sacrificio ajeno.
Por ello vale crear estrategias y reforzar la
vigilancia para proteger los bienes de la comunidad. Asumir riesgos, denunciar
de forma oportuna y no entrar en compadreo con los responsables, son algunos de
los requisitos para garantizar que no ardan las bardas del vecino, y tampoco las
nuestras.
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