-¿Te enteraste?-pregunta Yamilka desde su balcón a una amiga que pasa.
-¡Ay, no me digas nada, me quedé sin palabras
cuando me lo contaron! Muebles, bicicleta, hasta la cajita de TV que se habían
acabado de comprar con el dinerito del duro frío– exclama Domitila mientras
enumera las pérdidas con los dedos.
Así, llegan a los hogares diferentes historias
de robos con fuerza que perturban la tranquilidad familiar como una suerte de
presagio, parafraseando el refrán popular: “si ves las bardas de tu vecino
arder, pon las tuyas en remojo”.