El sábado en la noche comenzó a llover en Matanzas. El
precipitado curso del aguacero por las calles dejó una estela de
recuerdos. La ciudad calla y allá bajo el techo del cuartel convertido en
escuela unas manos acarician la foto de Fidel.
“Murió”-dice con asombro alguien que pasa, pero
Amanda se enjuga las lágrimas y recuerda lo que afirmó esta mañana la maestra:
¡Los hombres como él viven para siempre!
En el hospital Pediátrico una madre lo menciona al
tiempo que agradece por la operación de su hija; mi vecina Milagros disimula
hasta que, escondida en un rincón de la casa, rompe en llanto; y en el trabajo
otra amiga vuelve a decirme que le parece mentira.
Entonces, intento sin éxito recordar la primera vez
que escuché su nombre y entre el amasijo de fechas o lugares, lo descubro atado
a mi pañoleta, en el primer poema aprendido y hasta en aquellas noches de
vigilia cuando mima me contaba cómo su papá
repartía bonos del movimiento 26 de julio para apoyar la lucha encabezaba
por Fidel en la Sierra.
Regreso luego a las tierras de Birán hasta toparme
con su foto en la que, con apenas tres años, llevaba una rosa blanca en el
bolsillo y un libro bajo el brazo. Vuelvo a encontrarme frente al pupitre que
ocupara como oyente desde septiembre de 1930 hasta 1932, o ante su imagen
desenfadada junto a un grupo de jóvenes del último año de bachillerato en el
Colegio de Belén.
Imagino su voz enérgica aquel 16 de octubre de 1953
en su alegato de defensa durante el juicio por los asaltos a los cuarteles
Moncada y Carlos Manuel de Céspedes. Como un atrevido juego de palabras coloco
su nombre junto al del Martí en aquellas palabras: “Pero vive no ha muerto, su
pueblo es rebelde, su pueblo es digno, su pueblo es fiel a su recuerdo; hay
cubanos que han caído defendiendo sus doctrinas, hay jóvenes que en magnífico
desagravio vinieron a morir junto a su tumba, a darle su sangre y su vida para
que él siga viviendo en el alma de la
Patria”.
Esta mañana
el rostro de Fidel ocupa las páginas de todos los periódicos y los cubanos
confiesan el dolor de la inesperada despedida. Su ausencia duele en la mirada
esperanzada de los campesinos, en la memoria de los médicos internacionalistas,
en los ojos agradecidos de Elián…en las vísperas de otro enero de victorias. La Caravana de la Libertad esta vez pasa
cargada de juramentos, congojas, pérdidas. Y aunque el pueblo firma su
compromiso de honrarlo, todavía en Matanzas sigue lloviendo.
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