Para los cubanos la palabra bloqueo se traduce en una especie de tumor,
un duelo a muerte. No se trata de
recurrir a la cursilería para definir el mal que nos agobia, sino de representar
la magnitud del agravio y el absurdo.
Y es que este sentimiento de asfixia e inmovilidad duele desde hace más
de 50 años cuando el gobierno estadounidense halló en el desaliento producido
por las carencias económicas, “el único medio previsible para enajenar el apoyo
interno” a la Revolución Cubana.
Desde entonces, la restricción de la exportación de combustible a Cuba,
la reducción de la cuota azucarera o la intensa maniobra en la OEA para imponer sanciones a
Cuba, son solo algunas de los síntomas que la enfermedad provoca.
La palabra bloqueo se traduce en la imposibilidad de adquirir en los mercados estadounidenses
medicamentos, reactivos o piezas de repuesto para equipos de diagnóstico y
tratamiento instrumental; en la necesidad de utilizar intermediarios en
terceros países para adquirir productos agrícolas y de otro tipo encareciendo
los gastos, o en las afectaciones en el sector educacional por la imposibilidad
de adquirir, en el mercado estadounidense, el equipamiento imprescindible para
llevar a cabo el proceso docente educativo.
No exagera el Informe de Cuba sobre
la resolución 70/5 de la
Asamblea General de las Naciones Unidas titulada “Necesidad
de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero
impuesto por los Estados Unidos de América contra Cuba”. El daño económico
ocasionado al pueblo cubano por la aplicación de esta política solo entre abril de 2015 y
abril de 2016 y considerando la depreciación del dólar frente al valor del oro
en el mercado internacional, asciende a 753 mil 688 millones de dólares.
Desde que comenzó a aplicarse el bloqueo ha provocado perjuicios cuantificables por más de 125 mil
873 millones de dólares a precios corrientes. Pero las cifras no pueden encerrar
el número de familias separadas a causa de las dificultades económicas y la
decisión de muchos de seguir el “sueño americano”.
No
hacen falta bisturís para identificar la malignidad de este cáncer cuyo avieso
propósito es ahogar al pueblo cubano y hacerlo claudicar ante la decisión de
ser soberano e independiente por la fuerza o el hambre.
Hoy,
cuando Cuba aguarda los resultados de las nuevas votaciones contra esta
política en la Asamblea
de las Naciones Unidas, no cabe duda de que su carácter extraterritorial se
mantiene y se aplica con todo rigor,
total impunidad y en franca violación del Derecho Internacional.
Y es que a pesar de los avances en las relaciones bilaterales entre
los Estados Unidos y Cuba, con el restablecimiento de las relaciones
diplomáticas y la reapertura de embajadas, este nuevo escenario no impidió que
el 11 de septiembre de 2015, el presidente Obama renovara las sanciones contra
Cuba bajo la Ley
de Comercio con el Enemigo de 1917, pieza fundacional de las leyes y
regulaciones que componen el bloqueo, alegando intereses de política exterior.
Lo
cierto es que así como se debe extirpar un tumor maligno cuya proliferación celular invade los tejidos sanos del
organismo, el pueblo cubano exige el fin
de esta política cruel, condición insoslayable para el avance hacia la
normalización de las relaciones bilaterales entre los Estados Unidos y Cuba.
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