martes, 5 de abril de 2016

¿Lucha tu yuca, taíno?
















Por: Jeidi Suárez García


 De pequeña me encantaba jugar frente al espejo e interpretar roles que me permitían ser unas veces doctora y otras tendera o recepcionista. Todavía recuerdo la tarde en que papá me sorprendió hablando, como una atareada ama de casa, sobre “la lucha”. Al parecer lo había escuchado en algún lugar y no tardé en reproducirlo aunque no tuviera certeza de lo que decía. 

Con el tiempo la frase se volvió más frecuente y hasta llegué a comprender su verdadero significado. La lucha de levantarse cada día para ir al trabajo y ser víctima de un combate de judo en el intento por abordar el ómnibus o la de ver cómo los precios del transporte particular siguen subiendo.

Pero, cuando era niña no imaginé que la frase también tuviera otras acepciones como la del “invento” o la búsqueda ilícita de ganancias.

Así se hizo común oír que “Paquita lucha los medicamentos en la farmacia para luego revenderlos”, “Yeyo se busca el dinero como puede, al sustraer las javitas de la tienda” o “Manolo sí pelea por lo suyo cuando en sus viajes al extranjero con la misión de comprar implementos para su empresa, adquiere los de peor calidad y se queda con el capital sobrante”.

En los últimos años también se ha vuelto popular emplear el diminutivo de dicha palabra o agregarle sabor al repetir: lucha tu yuca. Sin embargo, no creo que la expresión exonere a quienes acaparan de forma inescrupulosa o pretenden enriquecerse a costa del sacrificio ajeno.

Hace pocos días supe que existe una tendencia a robar las ruedas de los cestos de basura para colocárselas a las carretillas de los vendedores ambulantes, situación que preocupa sobre todo en medio de la intensa campaña que se lleva a cabo en la Isla por eliminar los mosquitos del género Aedes y prevenir enfermedades tan peligrosas como el dengue, chicungunya y zika.

Mientras las autoridades del territorio mantienen la vigilancia ante este tipo de delito y adoptan medidas con los casos detectados, me pregunto cómo es posible que lleguemos a tales extremos.

Aunque no es menos cierto que el salario de la mayoría resulta insuficiente, los precios son elevados y a causa del bloqueo económico-financiero que enfrenta el país, muchas veces escasean recursos necesarios para hacer la vida más llevadera, no podemos permitir que nuestra sociedad se convierta en fiel defensora de la máxima maquiavélica según la cual el fin justifica los medios.

No puede ser que al decir del buen cubano “nos hagamos los de la vista gorda” ante quienes cometen dichas fechorías, pues tarde o temprano seremos víctimas de esos agravios y como resultado tendremos una ciudad sucia y maloliente, cada vez será más común la falta de medicamentos, llevaremos las compras en las manos hasta encontrar quién venda bolsas al doblar la esquina o tendremos que lidiar con materiales defectuosos o perecederos.

Cuando nos enfrentamos a estos desmanes debemos recordar que el verdadero concepto de luchar es el de combatir lo mal hecho. Quienes realmente se enfrentan a las dificultades no destruyen, sino emprenden obras innovadoras como lo hicieran los pobladores del barrio Mario López en la Ciénaga de Zapata, capaces de hacer farolas con porrones, o Iraida Ramírez Hernández, vecina de las Cuevas de Bellamar, quien junto a un grupo de niños bajo el nombre de “Los ambientalistas”, convirtieron en huerto un basurero y embellecen el entorno con lo que otros consideran inservible.

Y es que como dijera el escritor argentino José María Memet, un hombre siempre puede luchar por el mundo aunque tenga que inventar para ello unas piernas, unos brazos y un corazón.

Cuando un hombre sabe a dónde va